Espectadores y Participantes de la Cruz

(Lucas 23:26-49) 

La escena del calvario tuvo espectadores y participantes.  Cada uno de ellos representan las diferentes actitudes sobre cómo se ha respondido a ese espectáculo humillante durante la historia. La actitud de los discípulos durmiendo, mientras él oraba, nos muestra la falta de vigilancia en la vida cristiana. Judas, y la turba que le prendió, representan el precio de la traición.

La vacilación de Pilatos, y la entrega final de Jesús al populacho para ser crucificado, muestra la cobardía para no reconocer a Jesús como el Hijo de Dios. La alevosía con la que Herodes interrogó a Jesús, pretendiendo sacar de él un milagro, habla de la búsqueda de la satisfacción y el sensacionalismo del ego. 

 Y cómo no hablar de aquella multitud enardecida que prefirió a Barrabás por Jesucristo. 

 La cruz tuvo sus espectadores. La ciudad de Jerusalén estaba agitada para el momento cuando Jesús iba al monte calvario. Hubo una agitación política; los gobernadores de ese tiempo tuvieron en sus manos a Jesús. Hubo una agitación religiosa; el sanedrín en pleno condenó a Jesús por la blasfemia de hacerse Dios, siendo hombre. Hubo una agitación militar; los soldados fueron los encargados de ejecutar la orden de la crucifixión, sin despertar ningún tipo de compasión por el nuevo “malhechor”.

 Y mientras todo esto sucedía, los espectadores del cielo guardaban un profundo silencio. 

 Pero nosotros seguimos siendo, de alguna manera, espectadores o participantes de la cruz.  Veamos quiénes fueron los de ese tiempo.

 

  1. LOS QUE ACOMPAÑAN A LLEVAR LA CRUZ 

1.1.  El hombre que ayudó a llevar la cruz v. 26.  He oído muy pocos mensajes sobre Simón de Cirene. Él, al igual que José, el esposo de María, es un hombre que no habla en las Escrituras. Pero con tan corta actuación pasó a formar parte de la historia de todos los que estuvieron involucrados en la crucifixión del Señor. Marcos nos dice que era el padre de Alejandro y de Rufo (Marcos 15:21).  

 La mención que él hace de los dos hijos nos muestra a personas bastante conocidas, y hasta con algún liderazgo en la iglesia primitiva. Pablo menciona a un tal Rufo en su largo saludo a los hermanos de Roma; algunos piensan que él pudo ser uno de los hijos de Simón de Cirene (Romanos 16:13). 

Simón de Cirene tuvo un privilegio muy poco concedido a hombre alguno: haber ayudado a llevar la cruz del redentor del mundo. Y es cierto que a Simón se le obligó a llevar la cruz, de acuerdo con el testimonio de Mateo y Marcos, sin embargo, cuando este hombre se enteró de quién era Jesús, y por qué moría, su vida tuvo que ser otra. Cuánto significaba para este hombre este privilegio. A cuántas personas, incluyendo su familia, le hablaría del sentenciado de esa cruz.

 1.2. ¿Por qué ayudó a Jesús a llevar la cruz? Jesús había pasado toda una noche sin comer y beber. Había recibido seis juicios: tres de los judíos y tres de los romanos, todos ellos humillantes. Su cuerpo sentía los efectos del castigo. Coronado de espinas y con sus espaldas flageladas por los látigos, su cuerpo ya no podía arrastrar semejante peso de la cruz. Aquí entra en escena Simón de Cirene. Él vino a ser parte del plan divino. 

Es cierto que venía del campo, a lo mejor cansado, pero fue enviado por Dios para ayudar a llevar la cruz. Su actuación nos recuerda que debemos ser parte de la cruz de Jesús. No debemos avergonzarnos de ser llamados sus seguidores. No hay mensaje de salvación sin la cruz. Al principio Simón llevó la cruz de Jesús sobre sus hombros, pero hay buenas razones para pensar que después la llevó en su corazón para anunciarla. 

Esta es nuestra responsabilidad. Soy llamado a tomarla todos los días, según la indicación de Jesús (Lucas 9:23). Tomar la cruz debiera ser mi gozo continuo. Tomémosla por obediencia y por amor a Cristo.

 

  1. LOS QUE LLORAN POR CAUSA DE LA CRUZ 

 2.1. Más valientes que los discípulos v. 27-31. Las mujeres tienen una valentía poco común. Sus sentimientos llegan a ser muy profundos, capaces de enfrentar riesgos y peligros, con tal de estar cerca del ser amado. Eso es comprobado en el cuidado con sus niños y en el amor expresado a su compañero. Era un gran riesgo estar en medio de una multitud enardecida que se burlaba, se reía e insultaba a Jesucristo, mientras ellas iban llorando y “haciendo lamentación por él” v.27. 

 Pero a ellas no les importó si alguien de la multitud, o de los propios soldados, las ofendiera y hasta las detuviera. Ellas hicieron lo que no hicieron los discípulos: permanecer al lado de Jesús. Ellas sí vieron el rostro maltratado y vejado del salvador. Ellas sí vieron la sangre que salía de su cabeza y de sus espaldas. 

 Ellas lloraban a causa de la impotencia por no evitar la burla, el escarnio y el vituperio a los que estaba siendo sometido su Señor. Ellas vivieron muy de cerca los horrores de la cruz. Ellas vieron a su cansado Maestro con su cuerpo herido antes de ser crucificado. Su valentía debería inspirarnos para amar la cruz de Jesús y el Jesús de la cruz. 

  1. 2. ¿Quiénes fueron las valientes mujeres? Juan, el único de los doce que estaba allí, nos dice que “estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofas, y María Magdalena” (Juan 19:25). Todas esas mujeres habían sido tocadas por el amor y el poder de Jesús. Lucas habla de María Magdalena, “de quien habían salido siete demonios” (Lucas 8:2). Pero entre esas mujeres estaba la madre de Jesús. Ninguna otra podía llorar y sufrir más que ella. María sabía que llegaría el día cuando su corazón sería quebrantado por la muerte de su hijo. 

 Y en medio de aquel lloro incontrolable, Jesús hace uso de su oficio como Consolador divino. Las trata con especial cariño, y les dice: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos” v. 28. Las mujeres al pie de la cruz nos recuerdan que los sufrimientos de Jesús por nosotros fueron reales. Que el precio de nuestros pecados fue la sangre del inocente Cordero de Dios. 

Que, a través de Jesús, Dios se humilló a sí mismo para reconciliarnos con él. Otra vez, la valentía de esas mujeres nos habla del coraje de seguir a Jesús. 

 

III.       LOS QUE OFENDEN A LA CRUZ 

 3.1. Allí están los que se burlan de la cruz v. 35. Este grupo es representado por los gobernadores. Para ellos, Jesús no era más que un lunático y mentiroso con pretensiones de engañar al pueblo con sus señales, proclamándose como el Mesías y el Hijo de Dios. Consideraron a Jesús tan poca cosa en sus delirios de grandeza, que él merecía la muerte en aquella cruz. Ellos dirían: ‘si él tuvo el poder para salvar a otros, y proclamarse como rey y Señor de su pueblo, pues que descienda de la cruz para creer en él’. La burla de ellos seguramente fue sarcástica e hiriente. 

Si ninguno de ellos se arrepintió de sus pecados, estarán con el rico en el Hades (Lucas 16:22-23), viendo la escena del Cristo crucificado, y deseando refrescar su lengua por las intensas llamas en aquel imparable sufrimiento. Los burladores de la cruz recibirán un castigo ejemplar. El juicio para ellos será implacable. 

  1. 2. Allí están los que escarnecen de la cruz vv. 36, 37. Los sinónimos de la palabra escarnecer son: afrentar, ofender, deshonrar, insultar, injuriar, agraviar, vejar, zaherir… Los soldados no hacían diferencia entre este condenado con los demás malhechores. Para ellos Jesús era otro hombre culpable de los delitos por los cuales ahora ha sido juzgado. Los soldados romanos eran, por su oficio, brutales e insensibles. Usarían un repertorio de palabras para aumentar la ofensa contra el condenado. 

Los golpes sobre la cara de sus víctimas revelaban la bajeza de sus brutales tratos. Jesús fue sometido al tratamiento de aquellos despiadados soldados. Para Cristo no hubo una preferencia en el castigo, simplemente fue sometido al más inenarrable escarnio. ¿Sabe usted por qué lo escarnecían más? Porque cuando entró en Jerusalén, Jesús fue llamado Rey de los judíos, y los soldados tenían un solo rey, el César. Lo puesto sobre su cabeza revelaba más sus ofensas.

 

  1. LOS QUE SON CLAVADOS EN LA CRUZ 

 4.1. Tenemos a un hombre muriendo en sus pecados v. 39. Uno de los malhechores se unió al escarnio público, y usando el mismo lenguaje, propio de su vida, le exigía a Jesús salvarle de aquel terrible momento, pero en sus palabras no se evidencian el más mínimo quebrantamiento de su propia condición. Ese hombre murió en sus propios pecados. Su orgullo no le permitió ver en la salvación nada para merecerla, sino algo para recibirla por gracia. 

 Este es el triste cuadro de nuestra humanidad. Muchos prefieren morir en sus pecados, aunque tengan una salvación tan cerca.  Al igual que este hombre, le exigen a Dios salvarlos de su condición, como si fueran merecedores, pero sin la más mínima señal de arrepentimiento. Muchos siguen muriendo en sus pecados. 

  1. 2. Tenemos a un hombre muriendo a sus pecados v. 40-43. Este otro malhechor en algún momento estaba también exigiendo la salvación como un derecho (Mateo 27:44), en lugar de buscarla por la gracia a través de la fe. Sin embargo, tuvo la valentía de reprender a su compañero y de reconocer la culpabilidad de los dos. En su propia condición él tuvo esta revelación: “Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo” v.41. Esta actitud habla de arrepentimiento. 

El cielo no se logra sin arrepentimiento previo. Hay que clamar, cual ladrón arrepentido, “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” v. 42. Este hombre representa a esa gente que reconoce sus pecados y se arrepiente. Que no esperan una salvación por ser “buena gente”. El cielo no les pertenece por herencia. Este hombre representa a los auténticos salvos; a los que no merecen la salvación, pero claman por ella. 

  1. Tenemos a un hombre muriendo por los pecados v. 33. La muerte de Cristo fue la voluntad divina; esa fue la primera batalla librada por Jesús en el Getsemaní. Jesús estuvo de acuerdo con ello. Cuando aceptó la voluntad divina de “tomar la copa amarga”, había estado de acuerdo con su Padre; esta era la única manera para salvar a la humanidad. 

 El pecado no podía ser borrado y limpiado de otra manera. Todo lo hecho con anterioridad a él, no fue sino una sombra de lo que ahora Cristo es una realidad presente. Sólo la sangre de Cristo podía limpiar y quitar la culpa del pecado. Jesús murió por nuestros pecados. Esta es la revelación del plan eterno de salvación. 

 Usted no tiene porqué morir en sus pecados, pero si debe morir a sus pecados. Y cuando usted muere a sus pecados, entonces quien murió por sus pecados, un día le llevará al paraíso donde está el ladrón arrepentido, el primer fruto de la cruz.  

 

CONCLUSIÓN

 Es cierto que nosotros no tuvimos en el momento cuando crucificaron al Señor. Pero las actitudes de aquellos espectadores y participantes representan en cualquier momento a la historia. Hemos hablado de aquellos que ayudan a llevar la cruz; de los que lloran por causa de la cruz; de los que ofenden la cruz y de los que son clavados sobre la cruz. 

 Entre los que fueron clavados sobre la cruz hay dos representaciones de la humanidad. Están aquellos quienes teniendo la salvación tan cerca, prefieren morir en sus pecados. No admiten la necesidad de un Salvador, mucho menos la necesidad de arrepentirse. Hay una inmensa mayoría que cree que no tiene nada de qué arrepentirse. 

 Pero está la otra parte. Aquellos que con humildad de corazón reconocen que son pecadores, y en total arrepentimiento deciden rendirle su corazón a Jesús. ¿Con cuál de estos grupos nos identificamos?  La muerte de Jesús fue la expresión más sublime del amor de Dios por tu vida y la mía. ¿Cuál será tú respuesta frente a todo esto?