“Trabajo, trabajo y trabajo”

Vivimos en un mundo que va deprisa. Hay un movimiento de cambios  continuos que demandan del hombre del tercer milenio su inserción en ellos, al ritmo de como van saliendo. El hombre tiene que vivir al día en todo, porque lo que es  novedoso ahora, mañana será obsoleto y periclitado. Esto hace que tenga que vivir corriendo y actualizándose para no quedarse atrás de las exigencias modernas. Y es en esa “carrera” diaria, donde tiene que competir por el estudio y el sustento, que el hombre se va envolviendo en una vida llena de afanes y de preocupaciones. El continuo deseo por querer tener más, para satisfacer sus necesidades, lo va llevando a un estado tal, que ya no tiene tiempo para él ni para otros. Su esposa o sus hijos añoran los tiempos de las salidas juntos o la vida de diversión familiar, donde los pequeños disfrutaban del padre juguetón y amigable. Los amigos de otrora ya no son parte de su agenda porque ella ha quedado llena de sus nuevos compromisos. El resultado es muy obvio. Ahora hay un hombre que llega tarde a casa y se va muy temprano de ella. Cuando llega en la noche está muy cansado y cuando se levanta está muy deprisa. Y así, en ese afán desmesurado, sin darse cuenta comienza a  transitar el camino de la ansiedad con sus variantes  preocupaciones, que lo pueden convertir en un hipocondríaco, cambiando con ello su propia personalidad.

Por allá por los años 80s, se hizo un estudio que revelaba que todo era “trabajo, trabajo y trabajo y ganar todo el dinero que pudieras”. La consecuencia de esto fue, que por la obsesión de obtener dinero,  muchas personas comenzaron a desequilibrarse.  Lo más extraño era que algunos se deprimían y no sabían por qué, aunque habían alcanzado sus propias metas personas. El estudio reveló que el exceso por llenar la vida con puras cosas materiales estaba produciendo una generación alienada. Pero, ¿habrá cambiado esto en la generación del tercer milenio? ¿Tiene el hombre de hoy más tiempo para recrearse,  renovarse, y de una mayor paz  espiritual? ¡No! Una visión somera  del compartimiento de nuestra generación milenaria nos revela una agitación colectiva. Estudios serios están revelando que más del 50% de las enfermedades de las que padecen los hombres y mujeres de este siglo, son sicosomáticas. De manera que frente a cierta conducción sintomática, con las que algunos pacientes están llegando a su médico familiar, hay un alto descubrimiento de enfermedades emocionales. Así tenemos que, los siquiatras, sicólogos y consejeros tienen hoy que ir haciendo un trabajo simultáneo en la parte emotiva del hombre, junto con los médicos que tienen la tarea de sanar el cuerpo.

Todos sabemos que los afanes no nos llevan a ninguna parte.  Bien pudiera ser este un buen tiempo para examinar de cerca lo que hacemos, luego aflojar el paso, retirarnos un poco y divertirnos más. El hombre más sabio y rico del mundo fue Salomón. Nadie le superó en ninguna de estas dos cosas que todo mundo deseara tener. En su búsqueda por encontrarle sentido a la vida, le dio a ella todo el placer y la satisfizo con todo lo ella quiso, pero al final descubrió que “vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Fue él mismo quien llegó a preguntarse “¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol?”, de allí que recomendó: “No hay cosa mejor para el hombre sino que coma y  beba, y que su alma se alegre en su trabajo. También he visto que esto es de la mano de Dios” (Eclesiastés 1:3; 2:24) Lo contrario a los afanes es una vida apacible, tranquila y serena. Se ha dicho que  la paz del espíritu es el mejor bien que debe buscarse. Si eso es una realidad en cada vida, las puertas a los afanes serán cerradas y se vivirá en contentamiento con lo que se tiene. Sin duda que el hombre más sereno que ha pisado esta tierra se llama Jesús de Nazaret. En su recomendación para vivir una vida satisface él dijo: “No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de vestir… más buscad primeramente el reino de Dios y su justicia y todo lo demás vendrá por añadidura” (Mateo 6:25, 33)