Un año más se ha ido

La llegada de un fin de año nos tiene que llevar responsablemente al “libro” donde se  vino asentando el registro de la gestión pasada. Al abrir la página de nuestras cuentas tenemos que revisar las columnas de nuestro déficit o superávit. Porque son ellas las que revelarán cuántas pérdidas o ganancias tuvimos. En cada fin de  año hay una convocación para llegar a  una reflexión sincera y responsable con el fin de  buscar  los espacios donde hicimos la mejor inversión del tiempo –el tesoro más preciado–,  o si lo malgastamos de una manera negligente. Esto lo decimos porque el tiempo, de acuerdo a la inspiración del poeta, es: “Una palabra que empieza y que se acaba, que se bebe y que se termina, que corre despacio y que pasa de prisa”. Es el desperdicio o el aprovechamiento del mismo el que nos conducirá a ver cuál rostro presentaremos en esta parte del año ¿Habrá una sonrisa victoriosa o habrá un semblante de frustración? Esta será una ocasión propicia para evaluar  las metas, sueños y planes que llenaron nuestras agendas al comienzo de un nuevo lapso. Si el balance es favorable no será difícil descubrir que para el logro de lo planificado hubo disciplina, constancia, dedicación, esfuerzo, fe, esperanza y dominio propio. Si esto es así, este será el tiempo para darse una palmada en la espalda, y oír en la acallada conciencia alguna voz que nos susurre “¡Bravo, lo hiciste bien!”. Pero si el balance estuviera en rojo es obvio que no habrá mucho que celebrar. Las metas dejadas en el camino por causa de nuestra propia incuria no pueden sino traer frustración y descontento. Pero traen, además, el sentido del fracaso porque como dijo A.H. Clough “Es mejor haber peleado y perdido, que no haber peleado nunca”. Esperamos que nuestro balance tenga un buen sobrante. 

Un año transcurrido nos emplaza para analizar las  oportunidades aprovechadas o  acciones no ejecutadas. Nos recuerda las alegrías de un buen momento o las tristezas de una mala noticia. Nos invita a olvidar la ofensa recibida y a empezar una mejor  relación. Nos motiva a aprender de los fracasos y a esperar más de nosotros mismos. Nos encara sobre nuestra misión histórica y nos acerca más a nuestro destino eterno. Nos evalúa si vivimos de una forma altruista o si solo nos conformamos en satisfacer nuestro propio espacio. Nos dirá que el tiempo deja sus huellas y que no podemos escapar a la realidad del atardecer de  nuestro ocaso. Nos hablará mucho de un pasado que se va de nosotros, de un futuro que desconocemos; pero sobre todo, nos hablará de la necesidad de aprovechar el presente. Nos reunirá alrededor de nuestros amados con quienes tenemos que medir el amor entregado, el consejo traído y el afecto con los que se creo alguna armonía familiar. Nos traerá a la memoria el feliz resultado de la tarea concluida, la satisfacción de haber alcanzado algún imposible, o el hondo placer de haber servido de bendición  ayudando para otros. Pero como esa memoria retiene todo, al final de otro año nos recordará los trabajos incumplidos, las visitas no realizadas, las cartas no respondidas, la falta de esfuerzo para lograr nuestros propósitos y un sin de cosas no concluidas. En resumen, el cierre de la gestión pasada nos pone sobre la balanza  para verificar si lo que hicimos fue añadir otro año a nuestra vida o si le añadimos vida al año que ha pasado, parafraseando lo que dijo alguien. 

En el balance de la gestión pasada un fin de  año es la más plausible y excelente oportunidad para olvidar el pasado y empezar de nuevo. Se le atribuye a Henry Ward Beecher, un connotado predicador del siglo pasado la siguiente declaración: «Hemos pasado por otro año más. Ha terminado otra larga etapa en la peregrinación de la vida, con sus altas y sus bajas, su polvo y su lodo, sus rocas y sus espinos, y las cargas que acaban con los hombros. El año viejo está muerto. Enróllalo. Suéltalo. Dios, en su providencia, nos ha ayudado a salir de él. Se ha ido; . . . su maldad se ha ido; queda lo bueno. El mal ha perecido y lo bueno sobrevive.».  Que al final del año 2002 todo lo bueno sobreviva en nosotros y  todo lo malo que hayamos hecho, incluyendo nuestras faltas cometidas, formen parte del pasado. Que la proximidad de un nuevo año traiga la proximidad de una vida mejor. Que digamos como dijo Pablo en el cenit de su vida: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzando; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás… prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”. Busquemos a Cristo en el nuevo año, esta es la mejor garantía para lograr las demás metas.